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Notas sobre las colas y el «bachaqueo» en Venezuela

Según Erving Goffman, las interacciones sociales son un trabajo «escénico» en el que cada actor asume su papel en función (y con relación) al asumido por las otras personas de cara al sostenimiento de la situación y a la apariencia de consenso. Una de estas interacciones que el autor toma como ejemplo en un ensayo de 1982 es «la cola». Siguiendo a Goffman, las colas son el producto de una conducta ritualizada que sirve para «tratar con más de un candidato [a ser atendido] a la vez en una forma que parezca ordenada y correcta» (p.200). La cola protege, de esta manera, «la posición ordinal determinada “localmente” por la fórmula “Quien llega primero se coloca primero”» (p. 203).

Colas y bachaqueo en Venezuela

Enmarcar la cola

1. Las interacciones sociales, por muy mínimas que sean, requieren de un marco (o frame, en la terminología de Goffman) que las haga inteligibles. Todo el mundo sabe lo que es una cola y para qué sirve. Sin embargo, el sentido que se le dé va a estar mediado por condiciones locales y por acuerdos estructurales compartidos. Esto quiere decir que al preguntarnos ―tácitamente― acerca de lo que «está pasando aquí», las respuestas serán medianamente uniformes ya que la gente recurrirá a un acervo común (Hemilse Acevedo, 2011).

2. En una sociedad polarizada, sin embargo, la interpretación de la realidad (lo que «está pasando aquí») responde a marcos de referencia disimiles y contrapuestos. Desde este punto de vista, preguntarnos acerca de las colas en Venezuela adquiere un nivel mayor de complejidad, en la medida que los marcos de referencia a los que se recurrirán para explicar las interacciones van a depender del lugar que se asuma en el campo político (en términos bourdessianos).

De un lado, quienes se ubican en una posición contraria al gobierno y las políticas que éste ha implementado, entenderán las colas como el resultado (o la evidencia) de un modelo económico «fallido». El gobierno sería el culpable del problema. Del otro lado, las personas afectas al gobierno entenderán el exceso de colas como consecuencia de una «guerra económica» de los sectores que aspiran a sacar del Poder a la «revolución». Los agentes culpables serían los empresarios y los líderes políticos de oposición.

3. En ambos marcos un denominador común es la definición de un «otro» como victimario-enemigo que convierte al «nosotros» en víctimas. En dicho contexto, si bien la percepción de la cola estará mediada por marcos enfrentados que la gente asume de manera no siempre consciente, los representantes autorizados de los grupos en pugna procurarán afincar e instalar dichos marcos como una incuestionada «verdad» para sus adherentes. Así las cosas, este escenario se convierte también en un caldo de cultivo propicio para la renovación de culpables y enemigos.

La organización deliberada de la experiencia

5. Goffman dice que una característica de la cola (y de toda interacción social) es su carácter espontaneo. En escena cada participante hará lo propio para, de manera espontánea, mantener el orden y atenuar el conflicto latente. En los últimos meses, sin embargo, las colas en Venezuela se han caracterizado por la presencia de dos rasgos que se distancian de esta definición: primero, la volatilidad del aparente consenso que requiere el orden de la cola y, luego, la intervención «desde arriba» en el orden mismo de la interacción.

El primero ―la volatilidad del consenso― podría entenderse como la reacción natural de la gente ante la privación de bienes básicos (leche, harina precocida, pasta, pañales desechables, etc.). Además, el clima de confrontación facilita el estallido individual o colectivo. Por su parte, el segundo rasgo ―la intervención «desde arriba» en el orden de la interacción― se hace evidente en la presencia de los aparatos represivos del Estado (militares y policías) en el ordenamiento de la cola.

6. Esta intervención «desde arriba» responde a la necesidad de organizar la experiencia, ordenando la interacción de manera deliberada para producir una sensación de calma. Esto se ve en el resguardo (incluso a través de armas de fuego) de una disciplina que se muestra inestable y en la imposición de sistemas de orden artificiales (las captahuellas, la atención por número de cédula de identidad). Pero, además, ocultando las colas mismas, obligando a que se hagan dentro de los locales y castigando (como se hizo en algún momento) a las personas que pretenden difundir fotografías de ellas a través de redes sociales.

7. La explicita intervención, finalmente, choca en la práctica con el marco de interpretación que el propio gobierno y sus adherentes intentan instalar en torno a las colas. Si hay un enemigo-culpable, fuera del Estado, al ocultar la situación éste estaría solapando las practicas delincuenciales de aquel. Dada la inconsistencia entre el argumento y sus acciones, y ante la imposibilidad de negar la existencia del problema (a través de la deliberada organización de la experiencia), el gobierno parece haber decidido poner en marcha otra empresa gobeliana: crear un nuevo enemigo público a quien culpar. Uno mucho más asimilable.

Una cuestión de clase

8. El «bachaquero», ese nuevo enemigo, sería el responsable de las largas colas (porque las nutre con su presencia); de la escasez y el desabastecimiento que las produce (ya que acapara productos regulados); y de las carencias y privaciones que ocasiona (porque revende los productos a precios «in-justos»). Pero para entender la figura del «bachaquero» hay que tener en cuenta elementos tanto estructurales (de clase) como culturales (el clasismo y, más recientemente, la xenofobia), en tanto que la categoría excluye tácitamente a los delincuentes de cuello blanco, en función de su procedencia social y prestigio.

9. Si, como dijimos, ambos marcos coinciden en la necesidad de encontrar un culpable plausible (y visible, como dice Antillano, 2015), el bachaquero es el perfecto chivo expiatorio para purgar las culpas y la rabia de lado y lado. De este modo, el personaje del «bachaquero» toma forma a partir de un sesgo de clase legitimado por marcos de sentido contrapuestos, pero que comparten (a un nivel más profundo) un acervo ideológico común. Y precisamente por eso el «bachaquero» es también un arma de doble filo, al atentar contra la polarizada coherencia tanto del chavismo como de la oposición y sus supuestas agendas políticas.

El rampante clasismo presente en la construcción de este enemigo público socava las pretensiones de progresismo y victimismo histórico que el Poder lleva años defendiendo. Mientras que la aceptación de la culpabilidad del «bachaquero» por parte de la oposición (y de la sociedad en general) favorece la invisibilización de los problemas de fondo que el Estado debería estar atacando. En la medida que se logra imponer un silencio que oculta esos problemas estructurales, la aceptada estigmatización de estos revendedores convierte a la sociedad en cómplice de su propia desgracia. La extensión del término mismo es un paradójico punto de fuga que parece condenarnos al consenso y a la inacción. Un resultado del que cualquier Goebbels debería, con toda razón, sentirse supremamente orgulloso.

3 respuestas a “Notas sobre las colas y el «bachaqueo» en Venezuela”

  1. A veces es injustificable tanta teoria para la interpretacion , porque diluye lo que esta pasando en la estructura social acomodando a cada quien en su devenir para justificar, su apoyo o no , a una realidad que es perfectamente identificable en el mismo modelo. Cuando se analizan los acontecimeiento con la categoria modo de produccion por ejemplo , la relavancia del modelo economico que se analiza , identifica claramente cual es la relacion del estado con el ciudadano, para el caso nuestro ,es el modo de produccion estatista – intervencionista el que produce los desajustes a la vida cotidiana , encareciendola y haciendo practicamente insolportable su nconvivencia , por cuanto no favorece las relaciones normales entre el ciudadano y sus necesidades basicas:alimentacion , salud , transporte ect, Este analice se parece aquello que dice: ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario .

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    1. Manuel, no creo que haya tanta teoría como podría haber, pero entiendo tu punto. El texto, de hecho, comenzó siendo un «ejercicio» teórico. Por otra parte, creo que es un poco abusivo entender el «estatismo» como un «modo de producción», al menos desde la concepción clásica de esa categoría. Muchas gracias por leer y comentar. Saludos.

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  2. Saludos Pablo, enhorabuena por darle sustancia a una discusión secuestrada por los lugares comunes y la histeria, paradójicamente, amplificada por los opinadores -porque denominarlos intelectuales es un exceso- del «Socialismo del Siglo XXI»

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